Como en casa...

martes, 27 de septiembre de 2011

Las teclas de aquel piano viejo y abandonado comienzan a martillar en sus odios, sonorizando lo que es la melodía melancólica de una partida... de su soledad...



Pronto, los sonidos de aquel piano corren y escapan revoloteando en ondas que el viento impulsa más allá de donde los oídos de un simple y cuerdo hombre se encuentran ya; al lado de silbidos y repercusiones, el silencio por fin ha sido suplantado comenzando la danza de lo que el tiempo reconocerá como el olvido, construyendo un altar de polvo y resequedad.


De repente una viola se acerca, con sus sensuales caderas y el hipnótico susurro de un flautín acompañando las olas de mar que dibujan sus suspiros... dulce aleteo de la reconfortante espuma de las olas del mar, que jalan, tiran y empujan una y otra vez ... y otra vez más. La danza continúa, el olvido prevalece y la desesperación conspira en contra de una sabana sucia y arrumbada que se escurrió por la cintura de aquel violín.


... las ventanas, cerradas y sellas por el yeso seco, de algún modo encuentran la manera de romper sus ataduras para abrirse, expandirse y presumir de aquella melodía que sólo ellas encerraban y atesoraban; como si llamaran a alguien, abren sus gargantas, soltando el eco de una sinfonía convertida en el grito de lo que la angustia ha provocado... gritan fuertemente, no tan alto quizás... gritan un poco más.


La angustia ha comenzado a confundirse con agonía, y da patadas de ahogado que un contrabajo perturbado se encarga de acompañar con el choque de las olas de aquella viola, transformando la danza en una marea... en una marea que busca una balsa, la pequeña embarcación de un viejo marinero que creyó ir tras de algo, y que perdió todo síntoma de su locura para encarcelarse él mismo en la jaula de la cordura... de la prudencia.


Y mientras aquel marinero, que ya no sabe bailar ni cantar, cree haber encontrado el camino a casa, su verdadero hogar le espera preparando una fiesta de sonidos para sus ojos y de colores para sus oídos, ... gritan por él y por su regreso, golpean las paredes de sus recuerdos... entonces, ese viejo marinero que ahora ya es un pobre vagabundo, comienza a padecer una vez más de locura, su agonía se transforma en oxigeno que le da un respiro más, suficiente para generar la energía que le permita respirar libre y dedicado a lo que una vez abandonó y creyó haber perdido para siempre.


Se avienta al mar, abandonando un mundo de reglas y perfección; rompiendo normas y cadenas para así poder nadar hasta su balsa, y remar fuertemente a ese hogar que impaciente le llama y le grita...


Los sonidos distorsionados que provocan las paredes resquebrajadas le empujan una y otra vez, el punteo agudo de la inmortalidad de lo que alguna vez hizo lo jala, lo desgarra y lo desolla, pues no quiere reconocerlo más sobre esa piel que no deja apreciar su verdadero ser, su descarnado e inhumano espíritu...


Los sonidos que generó el silencio sembrado en aquel lugar, por fin han logrado traerlo de regresó, a aquel lugar que una vez dejó, que creyó haber olvidado... la psicosis de haberse encontrado con él mismo le hacen saber que siempre se verá acompañado, porque sus recuerdos no son imágenes ni olores ni sabores, porque sus recuerdos son intocables... porque sólo tienen un cuerpo que es perceptible con los oídos...


Porque no importa si él abandona su música, su música jamás lo abandonará, sin importar a donde vaya, una y otra y otra vez más lo alcanzará... ese eco, esos gritos, esa danza, esa melodía, esa sinfonía, ese tarareo... ese dulce y reconfortante sonido de las olas del mar...